por Emiliano Rodríguez
Con el “gurú” ecuatoriano Jaime Durán Barba caído en desgracia y el jefe de Gabinete, Marcos Peña, sumamente desgastado, la campaña electoral post-PASO del oficialismo muestra por estos días un perfil más influenciado quizá por la impronta de Elisa Carrió.
Una forma de ser, una manera de sentir la política que “Lilita” Carrió evidencia prácticamente a diario en sus apariciones públicas después de la aparatosa derrota de Juntos por el Cambio en las primarias del 11 de agosto pasado.
La estrategia del Gobierno parece llevar consigo, al menos en lo inmediato, una significativa carga de “ADN Carrió”, con el objetivo de desafiar los embates de la oposición, soportar el vendaval financiero y tratar de lucir lo más “entero” posible con vistas a las elecciones generales.
Resistir para llegar, primero al próximo 27 de octubre y luego al 10 de diciembre: con esa postura da la sensación de que el oficialismo encara el tramo decisivo de la campaña de cara a los comicios presidenciales que se avecinan y que lo tienen a Alberto Fernández como amplio favorito.
Incluso el Frente de Todos que lideran Fernández y la ex jefa de Estado Cristina Fernández de Kirchner robusteció -todavía más- en los últimos días sus probabilidades de llegar al Poder después de ampliar a más de cuatro millones de votos su ventaja sobre Juntos por el Cambio en el escrutinio definitivo de las PASO.
El candidato presidencial del kirchnerismo chicaneó esta semana a Mauricio Macri luego de que el mandatario precisara durante un acto el tiempo que resta para las elecciones: “Debe estar contando los días”, lanzó Fernández en diálogo con periodistas al término de una reunión con la Mesa de Enlace agropecuaria.
Un rato más tarde, quien salió a responderle disparada casi como un resorte fue Carrió: “Sí, estamos contando los días”, dijo la líder de la Coalición Cívica y cofundadora de la alianza Cambiemos, “para ganar la elección”, acotó. De paso, lo tildó de ser “un hombre muy peligroso”.
Un agosto interminable
Con el “operativo supervivencia” en marcha, Carrió cumpliendo un decisivo rol de capitana de tormentas, procura mantener encendida la llama de esa quimera electoral que anida en la posibilidad mínima de que el Gobierno consiga dar vuelta el resultado preliminar de la convocatoria a las urnas de hace tres semanas.
“Lilita” se encarga de arengar a la tropa macrista, de darle ánimo y tratar de convencer de que los milagros, a veces, también ocurren en política: al mismo tiempo, busca resaltar la importancia de dar pelea hasta el final, por más que el Gobierno cruja tras el golpe de las PASO.
Con el peronismo olfateando sangre, el oficialismo necesita mostrarse lo más sólido posible en el ring y conservar la guardia en alto para no terminar mordiendo el polvo como ocurrió con los mandatos de Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa.
Para convertirse en el primer Gobierno no peronista que logra finalizar su gestión desde la mismísima creación del Partido Justicialista (PJ) en 1946, y fortalecer así a la incipiente democracia argentina, el macrismo deberá ser capaz de soportar la embestida kirchnerista pese a que le tiemblen las piernas.
Carrió parece estar al tanto de esta situación.
El desafío ya está planteado para el oficialismo, que a duras penas logró completar un mes de agosto “interminable” para los argentinos, después de las PASO y el estrés desatado luego por la crisis cambiaria, la inestabilidad política que ocasionó el resultado de esos comicios y el fantasma del “default” que vuelve a sobrevolar la Argentina, arengado incluso por Fernández en las últimas horas.
Así las cosas, se vendrán semanas complejas para el país mientras persistan las turbulencias financieras y los principales referentes de la clase dirigente no terminen de asumir la responsabilidad de generar tranquilidad con su manera de proceder frente a la crisis y sus declaraciones.
No colaboran en tal sentido los comentarios incendiarios de Fernández al periódico estadounidense The Wall Street Journal sobre la decisión de la Argentina de aplazar el pago de vencimientos de deuda, ni tampoco los pases de factura internos que el oficialismo ventila, como la burla de Nicolás Massot al “manosanta” Durán Barba en redes sociales.
Con rumbo desconocido
Así como el Gobierno de Cambiemos recibió de parte del kirchnerismo una herencia compleja en cuanto a déficit fiscal, tarifas de servicios públicos atrasadas y un tipo de cambio enrejado en un cepo, cuatro años más tarde Macri se apresta a dejar un país en crisis y con una bomba de tiempo a punto de estallar, llamada “Leliq”.
En el caso de que el macrismo tenga que abandonar el Poder, tras la reciente disparada del dólar por encima de los 62 pesos (aumentó $17 en agosto) y con una tasa de referencia monetaria del orden del ¡80 por ciento!, el sistema financiero doméstico deja escuchar un claro y preocupante “tic-tac” por estos días.
Pese a los ruegos de Fernández para que el Gobierno no dilapide las reservas internacionales del Banco Central, la Casa Rosada luce dispuesta a utilizarlas en pos de conservar estable el tipo de cambio. De todos modos, la tasa de “Leliq” es la que mantiene encendida la principal luz de alarma.
Es de público conocimiento que su nivel actual es insostenible (e insólito) y que los propios errores -groseros- de la gestión de Macri en cuanto a las políticas económicas que desarrolló desde que asumió en 2015 ocasionaron esta situación: pues bien, ¿cómo desactivar este explosivo de altísimo riesgo antes de que detone? Esa es la cuestión.
Este caso no admite excusas ni responsables externos para el Gobierno: la culpa no se le puede endilgar a Fernández, ni a los votantes que “se equivocaron” -según el líder del PRO- con la decisión que tomaron en las PASO. Aquí y ahora es necesario actuar y saber cortar el cable correcto.
Del desenlace que tenga esa misión que indefectiblemente debería afrontar la Casa Rosada quizás esté supeditada la manera en la que Macri será recordado tras su paso por Balcarce 50, más allá de haber demostrado, por un lado, capacidad de gestión y por el otro, una insoslayable falta de muñeca política.
Si bien el ex jefe de Gobierno porteño emprenderá un rumbo con destino incierto una vez que abandone el cargo, si así lo determinan las urnas, aún está a tiempo de ser reconocido al menos por el núcleo duro macrista como el dirigente político que salvó a la Argentina de convertirse en una especie de Venezuela rioplatense. Pero claro, si la bomba estalla, su lugar en la historia será completamente diferente: eso es obvio.
Mientras tanto, resiste.
(*): Especial para NA.